Tu cuerpo es un laboratorio: ¡atrévete a experimentar!
En mi camino hacia encontrar qué cosas realmente suman a mi bienestar en cuanto a la alimentación, he probado distintos enfoques. Uno de los más transformadores fue empezar a prestar atención a mi alimentación. Este cambio me llevó al vegetarianismo, luego al veganismo, guiado por mentores e información que, en su momento, me resonaban profundamente.
Vivimos en una era donde la información abunda. Cualquiera que sea tu postura, encontrarás contenido que la respalde… y también el opuesto. Esto puede confundir, pero también te da una oportunidad poderosa: la de cuestionar, experimentar y sacar tus propias conclusiones.
En mi caso, los primeros resultados fueron alentadores. Perdí peso, me sentía más ligero y saludable. Pero con el tiempo noté que, a pesar de entrenar con regularidad, no ganaba masa muscular como esperaba, y mi energía no era la óptima. Había algo que no encajaba.
Así que decidí hacer lo que hoy considero esencial para cualquier proceso de cambio: cuestionar y probar. Volví a estudiar, a escuchar distintas voces, y empecé a reintroducir proteína animal en mi alimentación. Lo hice poco a poco, con intención. El resultado: mejores niveles de energía, progreso físico visible, y una planificación de comidas mucho más sostenible.
Lo importante aquí no es si una dieta es mejor que otra. Lo importante es que descubrí lo que funciona para mí. No me identifico con los extremos. Prefiero moverme en ese espacio del medio donde hay flexibilidad, consciencia y curiosidad.
Algunas ideas clave que me ha dejado esta experiencia:
No se trata de la “mejor” dieta, sino de cuál se adapta mejor a ti, a tu cuerpo y a tu estilo de vida.
El veganismo no es “malo”, simplemente no funcionó para mis objetivos físicos y mi energía. Y sostenerlo de forma saludable requiere tiempo, conocimiento y planificación.
La verdadera clave está en lo simple: comida real, no procesada, en las proporciones adecuadas de proteína, grasa y carbohidratos de calidad.
Aprender a nutrirte bien es uno de los mayores actos de autocuidado. Comer bien se siente, se vive y se agradece. No solo en el cuerpo, también en la mente y en tu energía diaria.
Hoy tengo mucha más claridad sobre lo que mi cuerpo necesita. Pero esa claridad no vino de seguir una teoría, sino de observar, fallar, ajustar y seguir experimentando.