No era el trabajo. Era el estrés de no vivir en coherencia

El estrés está en todos lados. Y aunque no se ve como la hipertensión, la diabetes o los problemas de salud mental, también está afectando vidas. En silencio. A diario.

Por años pensé que el estrés venía solo del trabajo, de los pendientes, los correos sin responder, las entregas de última hora. Pero no. El estrés se cuela también en lo cotidiano: en relaciones que no suman, en decisiones que evitamos, en vidas que no se sienten nuestras. Y cuando no lo atendemos, el cuerpo nos pasa la factura. A mí me pasó.

Un día me di cuenta de que había muchas cosas en mi vida que no hacían sentido. Todo se sentía desconectado. Esa falta de alineación fue generando grietas, primero invisibles, luego imposibles de ignorar. El estrés acumulado se volvió físico (sobrepeso) y mental (ansiedad). Hasta que tuve que parar.

Lo bueno: se puede hacer algo. Empecé a probar distintas prácticas. Algunas me funcionaron mejor que otras, pero aquí te comparto las que hicieron la diferencia para mí:

1. Meditar.
No, no es dejar la mente en blanco. Es sentarte contigo, escucharte sin juicio. Eso a veces duele, por eso lo evitamos. Pero ahí es donde empieza el cambio. Comienza con 5 minutos al día. No más. Solo eso.

2. Menos café.
Sí, sé que cuesta. Pero si ya estás estresado, seguir llenándote de cafeína es como echarle gasolina al fuego. No es dejarlo del todo, es tomarlo con conciencia. Y ojo con las tazas después de las 3pm. Tu sueño lo va a agradecer.

3. Dormir de verdad.
Dormir no es solo estar en la cama 8 horas. Es calidad, no solo cantidad. Rutina de sueño, cero pantallas antes de dormir, nada de cenas pesadas a última hora. El cuerpo necesita tiempo y condiciones para repararse.

4. Mover el cuerpo.
El ejercicio ayuda, pero no se trata de matarse en el gimnasio. Es equilibrio: fuerza, cardio, estiramientos. Y lo más importante: constancia.

5. Respirar.
Parece obvio, pero la mayoría no sabemos respirar bien. Haz 10 respiraciones profundas y lentas un par de veces al día. Solo eso. Haz la prueba y observa cómo cambia tu estado.

Y una última cosa que quiero dejarte:

El estrés es personal.

No viene de lo que pasa afuera, sino de cómo lo interpretamos. El trabajo no es estresante por sí solo, es nuestra relación con él. Lo mismo con el tráfico, las reuniones, la rutina. Podemos rediseñar esa relación. Podemos reinterpretar. Podemos decidir.

No se trata de eliminar el estrés, sino de aprender a gestionarlo. Porque sí se puede. Y vale la pena.

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